Cada día surgen más enfermedades que, por novedosas, definimos como “raras” y con ellas vamos engrosando el catálogo de aquellas patologías que afectan al desarrollo y a la salud en general. Sin embargo, existe una enfermedad muy propiciada por nuestro actual estilo de convivencia que, a pesar de estar cada día más generalizada, carece de diagnóstico propio y, sobre todo de tratamiento: la soledad.
La soledad ha ido instalándose en nuestra sociedad silenciosa e imparablemente y, como una de sus principales características es el silencio, se acomoda en nuestra fracturada y desorientada existencia casi sin darnos cuenta provocando unos niveles de infelicidad y frustración existencial que nos atrevemos a definirla como un grave problema de salud pública en la actualidad.
Entre las principales víctimas de la soledad están las personas mayores y aquellas que sufren de una enfermedad crónica o una discapacidad severa, éstos últimos ven agravada su situación debido a los factores de discriminación y estigmatización aún presentes en nuestra sociedad actual siendo más proclives a sufrir de soledad impuesta, una soledad fría que congela el alma e inunda de tristeza infinita todos los poros de nuestra piel.
Vivimos en un mundo paradójico: queremos vivir más años pero nos morimos de aburrimiento y terminamos por reivindicar la eutanasia; las tecnologías de la “comunicación” nos desbordan y sin embargo no facilitan el contacto personal; nunca imaginamos llegar a tener tantos medios de comunicación y tan rápidos y, sin embargo, no tenemos tiempo para nadie.
La sonrisa directa, apreciando ese rumor de la eterna primavera escrito en el alma para los curiosos; el calor y la fuerza de un abrazo hasta sentir el latido del otro fundirse con el mío; la caricia disimulada que recoge una lágrima huidiza; tu voz, que habla más en su emoción que en su forma; los gritos de tus silencios cuando estamos juntos…
Toca desaprender lo no vivido para gozarse en el presente mientras desbrozamos el camino que nos conduce a la felicidad que crece compartida y, ello, desde las aulas más tiernas; desde las políticas sociales; vender abrazos a cambio de sonrisas porque nos toca derribar los muros de la soledad y hacer posible que el sol y el viento acaricien el alma para hacer huir a la soledad impuesta. Porque, el ancho río de la vida no se merece un estanque de aguas muertas.
El Equipo General