Estamos preparándonos para celebrar una vez más la Pascua, el paso hacia la liberación. Pero lo que vemos muchas veces nos desconcierta.
Vemos día tras día que muchas personas inocentes son tratadas con indignidad, desprecio, violencia o incluso muerte. Nos acostumbramos, vamos viendo normal que en cada telediario el número de muertos sea elevado, a golpe de bomba, hambre o desastres naturales. Vemos que nuestras leyes todavía justifican, tapan o consienten como mal menor la marginación de personas con discapacidad física, sensorial o psíquica, la desigualdad de la mujer o la exclusión de personas refugiadas que nunca han llegado… a ser incluidas.
Pero conocemos a un hombre justo que proclamó que todo ser humano es hermano. Un hermano que tendió la mano al que yacía humillado dándole fe para levantarse y andar, sencillamente. Un hombre sencillo que no guardaba nada de sí y que con su pobreza abría puertas al encuentro y a la solidaridad. Un hombre solidario que cargó con las esperanzas profundas de felicidad de los que empezaban a atreverse a soñar con el tacto tierno de Dios bondadoso. Dios Padre, Abba, Dios papá; Dios Madre entrañable, fuente de vida, cariño y ternura. Un hombre tierno que tocaba los ojos del perdido en la oscuridad, que acariciaba a los niños invisibles de la sociedad, que lloraba por sus amigos, que observaba los lirios del campo con su mirada transparente. Un ser humano que su ser más profundo es… tan radicalmente humano, tan bueno, tan digno, tan amable, que Dios se complace en ser él.
Celebramos una vez más, un año más, que este hombre vivió con tanta intensidad, que amó con tanta intensidad, luchó con tanto amor y esperanza, que murió coherentemente con dos pensamientos puestos en sus labios para todos: Padre, perdónalos…todo está cumplido.
Jesús murió y fue una tragedia, pues un ser humano murió a manos de sus hermanos. Lo celebramos y lo recordamos con alegría porque este hecho transformó todos los sufrimientos y discapacidades, las penas y los odios. Su muerte por amor, abre la Vida más allá y más acá. Su resurrección nos hace personas bienaventuradas, capaces, libres y fraternas. Jesús así se manifiesta como Hijo de Dios, como el Dios de la vida que nos invita a la vida.
Desde el Equipo General deseamos que este Dios de la vida, Jesús, se haga el encontradizo cuando vayamos a buscarle al igual que las mujeres camino de su tumba, y que llevemos con entusiasmo al resto de la fraternidad nuestro descubrimiento: ¡Jesús ha resucitado!
El Equipo General