Mayo y junio de 2014
Escribimos entre las fiestas de Pentecostés y la de la Santísima Trinidad. Cuando contemplamos una obra de arte que nos llega dentro o nos impresiona decimos que tiene “espíritu”. Este tipo de obras producen un cierto placer estético, al tiempo que comunican un modo de comprender el mundo y al ser humano. También hablamos de personas con espíritu porque tienen algo dentro, un aliento vital fuera de serie, una fuerza que comunican a los que están con ellos. Animados por el Espíritu de Jesús, creemos en Dios Padre y confiamos en construir un mundo más justo, fraterno y solidario.
Dios Padre. Así nos lo muestra Jesús. Un Padre bueno que nos quiere sin fin. Nada le importa más que nuestro bien. Podemos confiar en Él sin miedos, recelos, cálculos o estrategias. Vivir es confiar en el Amor como misterio último de todo.
Dios Hijo. Nos pide a sus seguidores conocerlo, creerle, sintonizar con él, aprender a vivir siguiendo sus pasos. Mirar la vida como la miraba él. Tratar a las personas como él las trataba. Sembrar signos de bondad y de libertad creadora como hacía él. Así vive Dios cuando se encarna. Para un cristiano no hay otro modo de vivir más apasionante. Este modo de vivir es colaborar en lo que Jesús llama el “Reino de Dios”, que es el horizonte que se nos propone desde el misterio último de Dios para hacer la vida más humana. No podemos permanecer pasivos. A los que lloran Dios los quiere ver riendo, a los que tienen hambre los quiere ver comiendo. Hemos de cambiar las cosas para que la vida sea vida para todos.
Dios Espíritu Santo. El Papa Francisco nos presenta el Espíritu Santo como novedad. “La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos, planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades, gustos. Y esto nos sucede también con Dios. Con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto punto. Nos resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones. Tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos. Pero, en toda la historia de la salvación, cuando Dios se revela, aparece su novedad —Dios ofrece siempre novedad—, trasforma y pide confianza total en Él. No es la novedad por la novedad, la búsqueda de lo nuevo para salir del aburrimiento, como sucede con frecuencia en nuestro tiempo. La novedad que Dios trae a nuestra vida es lo que verdaderamente nos realiza, lo que nos da la verdadera alegría, la verdadera serenidad, porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro bien. El Espíritu Santo nos muestra el horizonte y nos impulsa a las periferias existenciales para anunciar la vida de Jesucristo. Preguntémonos si tenemos la tendencia a cerrarnos en nosotros mismos, en nuestro grupo, o si dejamos que el Espíritu Santo nos conduzca a la misión.”
¡Ven, Espíritu Santo! Ven a tu Iglesia. Ven a la Frater. Ven a liberarnos del miedo, la mediocridad, la falta de fe en tu fuerza creadora. No hemos de mirar a otros. Hemos de abrir cada uno nuestro propio corazón.
¡Feliz verano! El Equipo General