En el reciente Congreso del Laicado hemos podido ver y sentir una Iglesia viva, entusiasmante y deseosa de fortalecer su conciencia apostólica y con una clara identidad de ser Pueblo de Dios, llamado a definirse en un momento de la historia en el que urgen respuestas transformadoras tanto en la sociedad como en la Iglesia.
Frater no puede, ni debe, quedarse al margen de esta nueva llamada del Espíritu Santo que nos invita a ser signo de los tiempos y a madurar una nueva primavera que ofrezca destellos de esperanza, especialmente, para nuestros hermanos y hermanas que sufren las consecuencias de una cultura que se va afirmando entre el individualismo y la indiferencia a las personas descartadas que provoca.
Asumir la tarea evangelizadora, que a Frater le corresponde en la Iglesia, nos obliga no solo a demandar que se nos escuche, que se nos tenga en cuenta, sino que también debemos ser consecuentes con la responsabilidad que ello conlleva. Ya somos “mayores” en la fe y, además, atesoramos una gran experiencia de apostolado y testimonio, a través de la cual hemos ido adquiriendo conciencia clara de nuestra vocación y misión.
Es cierto que, en bastantes ocasiones, apreciamos cómo las personas con enfermedad crónica y/o discapacidad nos sentimos en la Iglesia “relegadas” a ser objeto de compasión y tratadas con un paternalismo hiriente, pero también sabemos que es el bautismo quien determina nuestra condición de igualdad ante la comunidad, y que nuestra responsabilidad como laicado consiste en vivir nuestra misión proféticamente, anunciando la Buena Nueva, en medio de nuestros hermanos y hermanas que subyacen en la oscuridad de la soledad, el dolor y el sufrimiento.
En este momento de la historia, Frater tiene ante sí un reto que conlleva una gran responsabilidad. Podemos decir con firmeza que Frater es “maestra en humanidad” y eso exige de nuestro movimiento, de los equipos y de cada miembro de la fraternidad, plantearnos que no podemos dejar en una “urna de la historia” nuestras capacidades adquiridas para ser luz en medio de la oscuridad del sufrimiento. Sería absurdo que intentásemos conservar sólo para nosotros esa alegría, como si fuese propiedad nuestra, al contrario, y como exige nuestra condición laical, hagamos nuestra la llamada del papa Francisco: “Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo”.
El Equipo General